domingo, 9 de enero de 2011

Imaginarios de Quito




Los imaginarios no son otra cosa que la realidad que percibimos haber vivido, sentido y experimentado, lo que a su vez, nos lleva a vivirla. En otras palabras, nosotros construimos los imaginarios y luego ellos nos habitan para que podamos actuar.

En esa perspectiva Quito tiene imaginarios fundacionales que definen la esencia de sus habitantes: el primero que viene de la misión geodésica de 1736 que determinó el lugar equinoccial de la ciudad de Quito y el nombre ecuatorial de nuestro país: la mitad del mundo. El segundo que viene de los siglos de la historia y de la condición perpendicular de los rayos solares, y nos llevan a un orden urbano y a una cotidianidad canicular: mitad del tiempo. Y el tercero, la localización entre volcanes activos y pasivos, donde sobre sale la presencia del Pichincha como lógica defensiva estratégica a la hora de la conquista y la independencia.

Los tres casos nos presentan una situación de sumo interés: históricamente la ciudad le dio la espalda a su origen, lo cual condujo a la existencia de este emblema y memoria de la ciudad y que el imaginario lo negó.

Hoy día los que han nacido por la emigración de los años de la crisis, producen cambios notables en la realidad-imaginario. La mitad del mundo se reposiciona en la realidad y el imaginario gracias a las remezas económicas y culturales; así como a la aproximación de los territorios distantes con nuevas formas de representación política. No se diga respecto de la temática del tiempo, donde el tiempo real lo introduce la tecnología: celulares, Internet, cámaras de fotos, etc.  
En otras palabras los imaginarios urbanos fundacionales no son estáticos; de allí que no se puede negar la existencia de una característica central, pues tienen una geometría variable del tiempo y del espacio; de lo perdido y lo deseado, lo cual quiere decir que los imaginarios configuran el patrimonio cuando lo producen y lo viven.

Pero también quiere decir que los imaginarios fundacionales deben integrarse a las políticas públicas porque la conquista de los deseos de los imaginarios es un hecho político. No hacerlo es desconocer lo que sus habitantes piensan.

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