Los imaginarios no son otra cosa que la realidad que percibimos haber vivido, sentido y experimentado, lo que a su vez, nos lleva a vivirla. En otras palabras, nosotros construimos los imaginarios y luego ellos nos habitan para que podamos actuar.
En esa perspectiva Quito tiene imaginarios fundacionales que definen la esencia de sus habitantes: el primero que viene de la misión geodésica de 1736 que determinó el lugar equinoccial de la ciudad de Quito y el nombre ecuatorial de nuestro país: la mitad del mundo. El segundo que viene de los siglos de la historia y de la condición perpendicular de los rayos solares, y nos llevan a un orden urbano y a una cotidianidad canicular: mitad del tiempo. Y el tercero, la localización entre volcanes activos y pasivos, donde sobre sale la presencia del Pichincha como lógica defensiva estratégica a la hora de la conquista y la independencia.
Los tres casos nos presentan una situación de sumo interés: históricamente la ciudad le dio la espalda a su origen, lo cual condujo a la existencia de este emblema y memoria de la ciudad y que el imaginario lo negó.
Hoy día los que han nacido por la emigración de los años de la crisis, producen cambios notables en la realidad-imaginario. La mitad del mundo se reposiciona en la realidad y el imaginario gracias a las remezas económicas y culturales; así como a la aproximación de los territorios distantes con nuevas formas de representación política. No se diga respecto de la temática del tiempo, donde el tiempo real lo introduce la tecnología: celulares, Internet, cámaras de fotos, etc.
En otras palabras los imaginarios urbanos fundacionales no son estáticos; de allí que no se puede negar la existencia de una característica central, pues tienen una geometría variable del tiempo y del espacio; de lo perdido y lo deseado, lo cual quiere decir que los imaginarios configuran el patrimonio cuando lo producen y lo viven.
Pero también quiere decir que los imaginarios fundacionales deben integrarse a las políticas públicas porque la conquista de los deseos de los imaginarios es un hecho político. No hacerlo es desconocer lo que sus habitantes piensan.
En esa perspectiva Quito tiene imaginarios fundacionales que definen la esencia de sus habitantes: el primero que viene de la misión geodésica de 1736 que determinó el lugar equinoccial de la ciudad de Quito y el nombre ecuatorial de nuestro país: la mitad del mundo. El segundo que viene de los siglos de la historia y de la condición perpendicular de los rayos solares, y nos llevan a un orden urbano y a una cotidianidad canicular: mitad del tiempo. Y el tercero, la localización entre volcanes activos y pasivos, donde sobre sale la presencia del Pichincha como lógica defensiva estratégica a la hora de la conquista y la independencia.
Los tres casos nos presentan una situación de sumo interés: históricamente la ciudad le dio la espalda a su origen, lo cual condujo a la existencia de este emblema y memoria de la ciudad y que el imaginario lo negó.
Hoy día los que han nacido por la emigración de los años de la crisis, producen cambios notables en la realidad-imaginario. La mitad del mundo se reposiciona en la realidad y el imaginario gracias a las remezas económicas y culturales; así como a la aproximación de los territorios distantes con nuevas formas de representación política. No se diga respecto de la temática del tiempo, donde el tiempo real lo introduce la tecnología: celulares, Internet, cámaras de fotos, etc.
En otras palabras los imaginarios urbanos fundacionales no son estáticos; de allí que no se puede negar la existencia de una característica central, pues tienen una geometría variable del tiempo y del espacio; de lo perdido y lo deseado, lo cual quiere decir que los imaginarios configuran el patrimonio cuando lo producen y lo viven.
Pero también quiere decir que los imaginarios fundacionales deben integrarse a las políticas públicas porque la conquista de los deseos de los imaginarios es un hecho político. No hacerlo es desconocer lo que sus habitantes piensan.
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